Si algo puede salir mal, saldrá mal; y si puede salir peor, saldrá peor.
Oh, querido Murphy, qué razón llevas. Haciendo recuento de los sucesos acontecidos en las últimas vienticuatro horas, me acuesto con la sensación de un día nefasto. Comencemos.
Anoche empezó a llover a cántaros cosa loca, y como los caminos de las gotas de lluvia en los tejados milenarios son inescrutables y como la casa en la que vivo fue construida allá cuando Matusalén chupaba teta, tuvimos filtraciones. Bueno, humedades hay en muchos sitios, pero aquí no. Mis filtraciones aparecieron en tres puntos distintos y... a gotear. Solución: papel de periódico en el suelo y cubo de la fregonda para recoger el preciado regalo.
Segundo hecho guay: cortocircuito. Gracias a esos extraños caminos que se ha inventado el agua de lluvia que van desde el tejado hasta mi pasillo, y gracias a las subidas y bajadas de tensión tipo montaña rusa que hay en mi casa, una casualidad ha hecho que haya cortocircuito; resultado: la tele ha quedado tocada.
El último de los hechos acaecidos sobre mi persona el día de hoy: accidente de coche. Un gentil conductor se ha saltado un ceda el paso y se ha empotrado contra mi coche, aunque gracias a esas extrañas casualidades de la vida, el más perjudicado ha sido el otro coche. Además, gracias a los dioses, héroes, o energías extrañas ajenas a mi limitada comprensión (o a lo que creáis), ni el otro conductor ni mi copiloto ni yo hemos sufrido daños personales (bueno, me duele un poco la espalda, pero esperemos que se deba sólo al shock).
Poco más; me duele la cabeza, me duele la espalda, me piro a cenar, y a ver si mañana mejora mi devenir...