Tras los exámenes y con ganas de que este diario en el éter (blog) caiga en desuso, he decidido ir transcribiendo algunos de mis pensamientos respecto a temas de actualidad. El que hoy ocupa mi atención, y haciendouna metafórica (usad imaginación) referencia al título de la entrada, voy ha hablar de "mi aflicción como filólogo": los extranjerismos.
Bien es cierto que estamos en pleno siglo XXI, la era de la información (muchas veces no contrastada y/o manipulada), con la globalización inundándolo todo, y con un intercambio lingüístico hasta nunca visto. Esto hace que los países crezcan y se desarrollen, y que los indivíduos de a pie, es decir, nosotros, tengamos acceso a miles de ofertas, palabras, ideas, recetas, etc. que están haciendo que cambie nuestro punto de vista, y por ende (y la parte que me interesa) nuestro lenguaje.
Antes, de pequeño, yo iba con mi madre a la tienda de barrio o al mercado a comprar magdalenas (a veces rellenas de chocolate), galletas con chocolate, gaseosa o harina y demás ingredientes para hacer un bizcocho. Algunas tardes íbamos a una cafetería, donde me pagaban un batido de fresa y, con suerte, un trozo de tarta de queso (aunque la que hace mi madre le pega patadas a las demás).
Bien, hasta ahí, todo parece normal. El problema radica en que hoy en día, la mayor parte de esos términos han cambiado, o están siendo cambiados por las corrientes lingüísticas. Me explicaré cambiando el texto de antes:
Antes, de pequeño, yo iba con mi madre a la tienda de barrio o al supermercado a comprar muffins, cookies, gaseosa o harina y demás ingredientes para hacer un bizcocho. Algunas tardes íbamos a una cafetería, donde me pagaban un batido de fresa y, con suerte, un trozo de cheesecake (aunque la que hace mi madre le pega patadas a las demás).
Bien, quizá esté forzando demasiado el ejemplo, pero la idea está clara. No entiendo por qué ahora, y a causa de modas, la mayor parte de la gente mainstream se deja influir (que no influenciar) por extranjerismos tales como parking, cookies, muffins, marketing, e-mail, OK entre otros por sus referentes en español que serían "aparcamiento", "galletas", "magdalenas", "mercadotecnia", correo electrónico" y "vale/perfecto/de acuerdo".
Reconozco que tengo algunas inclinaciones puristas respecto a la lengua, pero es ahora cuando, gracias a mi carrera, me doy cuenta de la riqueza de nuestro vocabulario y cómo, en función de las modas, éste va degenerando, cambiando y adoptando términos que ya existen en español. Y lo peor de todo es que lo permitimos...
Este punto de vista es un tema medianamente recurrente en nuestros cafés entre clase y clase. Unas lo defienden; otras lo critican; unas terceras intentan dar un punto de vista neutral (en mi grupo filológico imperan las chicas). Al final, casi siempre llegamos, o en todo caso llego (pues siempre empezamos a divagar) a la misma conclusión: las modas y la mayor parte de la gente, es decir, las corrientes, son las que hacen que una palabra aparezca, desaparezca, se asiente o no en nuestra habla, pero depende de nosotros como indivíduos incorporarla o no a nuestro registro idiomático y utilizarlas según convenga.
En fin, supongo que la próxima vez que vaya al hiper de shopping, me acercaré a la sección "galletas y demás" para comprar las famosas American Cookies que, en el dorso, pone que han sido hechas en Bilbao (que de americano, poco poco). Regresaré a casa y cuando me pregunten qué he comprado, responderé "galletas de chocolate hechas en Bilbao". Y cuando me pregunten extrañados el por qué de tan exquisito pero raro manjar, o el por qué de galletas bilbaínas, les responderé que son las comúnmente conocidas como American Cookies.
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